Los agentes del gobierno romano que en los días de Pablo estaban autorizados para cobrar tributos e impuestos, al menos a los judíos, eran blanco del odio popular y de desprecio. Por eso Pablo aconsejaba a los creyentes de Roma que no sólo se sometieran al sistema de impuestos, sino que también prestaran la debida honra y respeto a sus gobernantes. Esto contrasta agudamente con el creciente sentimiento de rebelión que estaba siendo fomentado por algunos fanáticos judíos, y que pronto causaría la destrucción de su nación (ver Josefo, Guerra ii. 13. 4-7).
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